Desde este punto de vista, lo tenemos (o por lo menos yo lo tenía) relegado de mi cocina y alimentación diaria hasta que me ganó la curiosidad y opté por incluirlo en la compra diaria. Cuando lo posé sobre la mesada observé la cantidad de semillas, color y textura... quedé fascinada. Quería comerlo de forma sencilla para apreciar el sabor de la manera más natural posible; entonces, lo corté en cuartos, condimenté con especias y horneé. Sentí ansias. Lo presenté con vegetales crudos en mi plato. Lo probé... y me enamoré.

En mi caso, trato de no cargarlo con demasiados complementos. Me gusta que sea el protagonista del plato y por eso lo marino antes de cocinarlo, acompaño con alguna salsa (salada o agridulce) o queso vegetal y como no puede faltar, verduras crudas. Como ejemplos viables, les comparto algunos de mis platos en donde el 'Kabochita' se lleva todos los premios.
Nevado: horneado y con una exquisita crema blanca de albahaca (hecha a base de leche de avena). Además, utilicé levadura en copos para brindarle más sabor aún con unos tomates Ruf crudos (que también se nevaron).
Con hierbas y algo más: también horneado con especias y hierbas de la huerta (romero, orégano, curry, páprika). Ensalada: zanahoria, cerezas y pasas de uva, condimentado con un toque de ralladura de limón.
Agridulce: hervido y luego asado. Previamente marinado en vinagreta de ajo y pasas de uva, el toque especial lo brinda el queso de mandioca gratinado. Se acompaña con ensalada de espinaca fresca y tomates.
Con lluvia de frutos secos y semillas: marinado en vinagreta de jengibre y luego horneado. Por arriba un gratinado de queso de mandioca con mix de semillas tostadas (incluidas las del mismo zapallo), especias, hierbas y nueces. La parte cruda del plato se basa en espinaca y rúcula.
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